LA PRIMACÍA Y ESENCIA DEL BIEN COMÚN SE SUSTENTA EN LA JUSTICIA CON CARIDAD.
CÁRITAS
Como ya se ha mencionado, LA JUSTICIA es el objeto y, por tanto,
también LA MEDIDA INTRÍNSECA DE TODA
POLÍTICA.
La política es más que una simple técnica para determinar los
ordenamientos públicos:
Su origen y su meta están precisamente EN LA JUSTICIA, Y ÉSTA ES DE NATURALEZA ÉTICA.
Así, pues, EL ESTADO se
encuentra inevitablemente de hecho ante la cuestión de CÓMO REALIZAR LA JUSTICIA AQUÍ Y AHORA.
Benedicto XVI resalta también LA
PRIMACÍA DE LA JUSTICIA DESDE SU INTRÍNSECA UNIÓN CON LA CARIDAD, y la
entiende como ESENCIA DEL BIEN COMÚN
cuando afirma que “el compromiso por el bien común, cuando está inspirado por
la caridad, TIENE UNA VALENCIA SUPERIOR
AL COMPROMISO MERAMENTE SECULAR Y POLÍTICO.
Como todo compromiso en favor de la justicia, forma parte de ese
testimonio de la caridad divina que, actuando en el tiempo, prepara lo eterno.
La acción del hombre sobre la tierra, cuando está inspirada y
sustentada por la caridad, contribuye a la edificación de esa ciudad de Dios
universal hacia la cual avanza la historia de la familia humana.
En una sociedad en vías de globalización, el bien común y el esfuerzo
por él han de abarcar necesariamente a toda la familia humana, es decir, a la
comunidad de los pueblos y naciones, DANDO
ASÍ FORMA DE UNIDAD Y DE PAZ A LA CIUDAD DEL HOMBRE Y HACIÉNDOLA, EN CIERTA
MEDIDA, UNA ANTICIPACIÓN QUE PREFIGURA LA CIUDAD DE DIOS SIN BARRERAS”.
La Iglesia no puede ni debe emprender por cuenta propia la empresa
política de realizar la sociedad más justa posible.
No puede ni debe sustituir al Estado.
PERO TAMPOCO PUEDE NI DEBE
QUEDARSE AL MARGEN EN LA LUCHA POR LA JUSTICIA.
Debe insertarse en ella a través de la argumentación racional y DEBE DESPERTAR LAS FUERZAS ESPIRITUALES,
SIN LAS CUALES LA JUSTICIA, QUE SIEMPRE EXIGE TAMBIÉN RENUNCIAS, NO PUEDE
AFIRMARSE NI PROSPERAR.
La sociedad justa no puede ser obra de la Iglesia, sino de la política.
No obstante, le interesa sobremanera trabajar por la justicia ESFORZÁNDOSE POR ABRIR LA INTELIGENCIA Y LA
VOLUNTAD A LAS EXIGENCIAS DEL BIEN.
Ante todo hemos de resaltar la total autonomía e independencia de ambas
entidades.
Efectivamente, la Iglesia y la comunidad política, si bien se expresan
ambas con estructuras organizativas visibles, son de naturaleza diferente, tanto por su configuración como por las finalidades
que persiguen.
El Concilio Vaticano II ha reafirmado solemnemente que “la comunidad
política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su propio
terreno” .
La Iglesia se organiza con formas adecuadas para satisfacer las exigencias
espirituales de sus fieles, MIENTRAS QUE
LAS DIVERSAS COMUNIDADES POLÍTICAS GENERAN RELACIONES E INSTITUCIONES AL
SERVICIO DE TODO LO QUE PERTENECE AL BIEN COMÚN TEMPORAL.
La autonomía e independencia de las dos realidades se muestran
claramente, sobre todo, en el orden de los fines.
Pero también considera la mutua colaboración necesaria. La recíproca
autonomía de la Iglesia y la comunidad política no comporta una separación tal
que excluya la colaboración: ambas, aunque a título diverso, están al servicio
de la vocación personal y social de los mismos hombres.
“Este servicio lo prestarán con tanta mayor eficacia, para bien de
todos, cuanto mejor cultiven ambas entre sí una sana cooperación, habida cuenta
de las circunstancias de lugar y tiempo”.
“América necesita laicos cristianos que puedan asumir responsabilidades
directivas en la sociedad.
ES URGENTE FORMAR HOMBRES Y
MUJERES CAPACES DE ACTUAR, SEGÚN SU PROPIA VOCACIÓN, EN LA VIDA PÚBLICA,
ORIENTÁNDOLA AL BIEN COMÚN.
En el ejercicio de la política, vista en su sentido más noble y
auténtico como administración del bien común, ellos pueden encontrar también el
camino de la propia santificación”.
Caritas in veritate nos recuerda igualmente la importancia de que la
Iglesia pueda contribuir al desarrollo, afirmando que ESTO SERÁ POSIBLE “SOLAMENTE SI DIOS TIENE UN LUGAR EN LA ESFERA
PÚBLICA, CON ESPECÍFICA REFERENCIA A LA DIMENSIÓN CULTURAL, SOCIAL, ECONÓMICA
Y, EN PARTICULAR, POLÍTICA.
La doctrina social de la Iglesia ha nacido para reivindicar esa «carta
de ciudadanía» de la religión cristiana.
LA NEGACIÓN DEL DERECHO A
PROFESAR PÚBLICAMENTE LA PROPIA RELIGIÓN Y A TRABAJAR PARA QUE LAS VERDADES DE
LA FE INSPIREN TAMBIÉN LA VIDA PÚBLICA TIENE CONSECUENCIAS NEGATIVAS SOBRE EL VERDADERO
DESARROLLO.
La exclusión de la religión del ámbito público, así como el
fundamentalismo religioso, por otro lado, IMPIDEN
EL ENCUENTRO ENTRE LAS PERSONAS Y SU COLABORACIÓN PARA EL PROGRESO DE LA
HUMANIDAD.
LA VIDA PÚBLICA SE EMPOBRECE
DE MOTIVACIONES Y LA POLÍTICA ADQUIERE UN ASPECTO OPRESOR Y AGRESIVO.
Se corre el riesgo de que no se respeten los derechos humanos, ya sea
porque se les priva de su fundamento trascendente, o porque no se reconoce la
libertad personal.
En el laicismo y en el fundamentalismo se pierde la posibilidad de un
diálogo fecundo y de una provechosa colaboración ENTRE LA RAZÓN Y LA FE RELIGIOSA.
La razón necesita siempre ser purificada por la fe, y esto vale también
para la razón política, QUE NO DEBE
CREERSE OMNIPOTENTE.
A su vez, la religión tiene siempre necesidad de ser purificada por la
razón PARA MOSTRAR SU AUTÉNTICO ROSTRO
HUMANO.
La ruptura de este diálogo COMPORTA
UN COSTE MUY GRAVOSO PARA EL DESARROLLO DE LA HUMANIDAD”.
Uno de los puntos más relevantes y necesarios para el funcionamiento de
nuestra Red de Cáritas en el Perú, así como la viabilidad de sus proyectos de
ayuda al desarrollo a través del financiamiento internacional, es precisamente EL TEMA DE LA COOPERACIÓN INTERNACIONAL
PARA EL DESARROLLO.
De aquí que le dediquemos este capítulo. “La solución al problema del
desarrollo requiere la cooperación entre las comunidades políticas
particulares:
Las Naciones, al hallarse necesitadas las unas de ayudas
complementarias y las otras de ulteriores perfeccionamientos, SÓLO PODRÁN ATENDER A SU PROPIA UTILIDAD
MIRANDO SIMULTÁNEAMENTE AL PROVECHO DE LOS DEMÁS.
Por lo cual es de todo punto preciso que los Estados se entiendan bien
y se presten ayuda mutua.
El subdesarrollo dejaría de parecer una situación imposible de
eliminar, casi una condena fatal, SI SE
CONSIDERARA QUE ÉSTE NO ES SÓLO FRUTO DE DECISIONES HUMANAS EQUIVOCADAS, SINO
TAMBIÉN RESULTADO DE MECANISMOS ECONÓMICOS, FI NANCIEROS Y SOCIALES Y DE
ESTRUCTURAS DE IMPERFECCIÓN QUE, EN REALIDAD, LO ESTÁN PROVOCANDO.
Estas dificultades, sin embargo, deben ser afrontadas con determinación
firme y perseverante, PORQUE EL DESARROLLO NO ES SÓLO UNA
ASPIRACIÓN, SINO UN DERECHO QUE, COMO TODO DERECHO, IMPLICA UNA OBLIGACIÓN:
La cooperación al desarrollo de todo el hombre y de cada hombre ES UN DEBER DE TODOS PARA CON TODOS Y, AL
MISMO TIEMPO, DEBE SER COMÚN A LAS CUATRO PARTES DEL MUNDO: ESTE Y OESTE, NORTE
Y SUR.
En la visión del Magisterio, el derecho al desarrollo se funda en los
siguientes principios:
ü Unidad de origen y destino común de la familia humana;
ü Igualdad entre todas las personas y entre todas las comunidades, basada
en la dignidad humana;
ü Destino universal de los bienes de la tierra;
ü Integridad de la noción de desarrollo;
ü Centralidad de la persona humana y
ü Solidaridad”.
La doctrina
social induce a formas de cooperación capaces de incentivar el acceso al
mercado internacional DE LOS PAÍSES
MARCADOS POR LA POBREZA Y EL SUBDESARROLLO.
Pero al mismo
tiempo el espíritu de cooperación internacional requiere que, POR ENCIMA DE LA ESTRECHA LÓGICA DEL
MERCADO, SE DESARROLLE LA CONCIENCIA DEL DEBER DE SOLIDARIDAD, DE JUSTICIA
SOCIAL Y DE CARIDAD UNIVERSAL, porque existe «ALGO QUE ES DEBIDO AL HOMBRE PORQUE ES
HOMBRE, EN VIRTUD DE SU EMINENTE DIGNIDAD».
Uno de los
campos esenciales en el ámbito de la cooperación y en el que Cáritas tiene un
rol fundamental es la lucha contra la pobreza.
“Al comienzo
del nuevo milenio, la pobreza de miles de millones de hombres y mujeres es la
cuestión que, MÁS QUE CUALQUIER OTRA,
INTERPELA NUESTRA CONCIENCIA HUMANA Y CRISTIANA. LA POBREZA MANIFI ESTA UN
DRAMÁTICO PROBLEMA DE JUSTICIA: LA POBREZA, EN SUS DIVERSAS FORMAS Y
CONSECUENCIAS, SE CARACTERIZA POR UN CRECIMIENTO DESIGUAL Y NO RECONOCE A CADA
PUEBLO EL IGUAL DERECHO A SENTARSE A LA MESA DEL BANQUETE COMÚN.
Esta pobreza hace imposible la realización de
aquel humanismo pleno que la Iglesia auspicia y propone, a fin de que LAS PERSONAS Y LOS PUEBLOS PUEDAN SER MÁS Y
VIVIR EN CONDICIONES MÁS HUMANAS.
La lucha
contra la pobreza encuentra una fuerte motivación en la opción o amor
preferencial de la Iglesia por los pobres.
En toda su
enseñanza social, la Iglesia no se cansa de confirmar también otros principios
fundamentales: primero entre todos, EL
DESTINO UNIVERSAL DE LOS BIENES.
Con la
constante reafirmación del principio de la solidaridad, la doctrina social
insta A PASAR A LA ACCIÓN PARA PROMOVER
EL BIEN DE TODOS Y CADA UNO, PARA QUE TODOS SEAMOS VERDADERAMENTE RESPONSABLES
DE TODOS.
El principio
de solidaridad, también en la lucha contra la pobreza, debe ir siempre
acompañado oportunamente por el de SUBSIDIARIDAD,
gracias al cual es posible estimular el espíritu de iniciativa, base
fundamental de todo desarrollo socioeconómico, en los mismos países pobres: a
los pobres se les debe mirar no como un problema, SINO COMO LOS QUE PUEDEN LLEGAR A SER SUJETOS Y PROTAGONISTAS DE UN
FUTURO NUEVO Y MÁS HUMANO PARA TODO EL MUNDO.
La red
nacional de Cáritas, gestora de programas de desarrollo sostenible y
canalizadora de tantos recursos de cooperación internacional, debe tener muy
presente que los programas de desarrollo, para poder adaptarse a las
situaciones concretas, han de ser flexibles; y que las personas que se benefi
cien DEBEN IMPLICARSE DIRECTAMENTE EN SU
PLANIFICACIÓN Y CONVERTIRSE EN PROTAGONISTAS DE SU REALIZACIÓN.
“Constructores
de su propio desarrollo, los pueblos son los primeros responsables de él. PERO NO LO REALIZARÁN EN EL AISLAMIENTO”.
A nosotros nos
corresponde, como nos recuerda Benedicto XVI, APLICAR LOS CRITERIOS DE PROGRESIÓN Y ACOMPAÑAMIENTO, INCLUYENDO EL
SEGUIMIENTO DE LOS RESULTADOS.
“La
cooperación internacional necesita personas que participen en el proceso del
desarrollo económico y humano, mediante la solidaridad de la presencia, el
acompañamiento, la formación y el respeto.
Desde este
punto de vista, los propios organismos internacionales deberían preguntarse
sobre la eficacia real de sus aparatos burocráticos y administrativos,
frecuentemente demasiado costosos.
A veces, el
destinatario de las ayudas resulta útil para quien lo ayuda Y, ASÍ, LOS POBRES SIRVEN PARA MANTENER
COSTOSOS ORGANISMOS BUROCRÁTICOS, QUE DESTINAN A LA PROPIA CONSERVACIÓN UN
PORCENTAJE DEMASIADO ELEVADO DE ESOS RECURSOS QUE DEBERÍAN SER DESTINADOS AL
DESARROLLO.
A este
respecto, cabría desear que los organismos internacionales y las organizaciones
no gubernamentales se esforzaran por una transparencia total, informando a los
donantes y a la opinión pública sobre la proporción de los fondos recibidos que
se destina a programas de cooperación, sobre el verdadero contenido de dichos
programas y, en fin, sobre la distribución de los gastos de la institución
misma”.
Por todo ello,
“el principio de subsidiaridad debe mantenerse íntimamente unido al principio
de la solidaridad y viceversa, PORQUE
ASÍ COMO LA SUBSIDIARIDAD SIN LA SOLIDARIDAD DESEMBOCA EN EL PARTICULARISMO
SOCIAL, TAMBIÉN ES CIERTO QUE LA SOLIDARIDAD SIN LA SUBSIDIARIDAD ACABARÍA EN
EL ASISTENCIALISMO QUE HUMILLA AL NECESITADO.
Esta regla de
carácter general se ha de tener muy en cuenta incluso cuando se afrontan los
temas sobre las ayudas internacionales al desarrollo.
Éstas, por
encima de las intenciones de los donantes, pueden mantener a veces a un pueblo
en un estado de dependencia, e INCLUSO
FAVORECER SITUACIONES DE DOMINIO LOCAL Y DE EXPLOTACIÓN EN EL PAÍS QUE LAS
RECIBE.
Las ayudas
económicas, para que lo sean de verdad, no deben perseguir otros fines. Han de
ser concedidas IMPLICANDO NO SÓLO A LOS
GOBIERNOS DE LOS PAÍSES INTERESADOS, SINO TAMBIÉN A LOS AGENTES ECONÓMICOS
LOCALES Y A LOS AGENTES CULTURALES DE LA SOCIEDAD CIVIL, INCLUIDAS LAS IGLESIAS
LOCALES.
Los programas
de ayuda han de adaptarse cada vez más a la forma de los programas integrados y
compartidos desde la base.
En efecto,
sigue siendo verdad que el recurso humano es lo más valioso de los países en
vías de desarrollo: ÉSTE ES EL
AUTÉNTICO CAPITAL QUE SE HA DE POTENCIAR PARA ASEGURAR A LOS PAÍSES MÁS POBRES
UN FUTURO VERDADERAMENTE AUTÓNOMO.
Conviene
recordar también que, en el campo económico, la ayuda principal que necesitan
los países en vías de desarrollo ES
PERMITIR Y FAVORECER CADA VEZ MÁS EL INGRESO DE SUS PRODUCTOS EN LOS MERCADOS
INTERNACIONALES, POSIBILITANDO ASÍ SU PLENA PARTICIPACIÓN EN LA VIDA ECONÓMICA
INTERNACIONAL.
En el pasado,
las ayudas han servido con demasiada frecuencia sólo para crear mercados
marginales de los productos de esos países.
Esto se debe
muchas veces a una falta de verdadera demanda de estos productos: por tanto, ES NECESARIO AYUDAR A ESOS PAÍSES A MEJORAR
SUS PRODUCTOS Y A ADAPTARLOS MEJOR A LA DEMANDA.
Además,
algunos han temido con frecuencia la competencia de las importaciones de
productos, normalmente agrícolas, provenientes de los países económicamente
pobres.
Sin embargo,
se ha de recordar que la posibilidad de comercializar dichos productos SIGNIFICA A MENUDO GARANTIZAR SU
SUPERVIVENCIA A CORTO O LARGO PLAZO.
Un comercio
internacional justo y equilibrado en el campo agrícola puede reportar BENEFICIOS A TODOS, TANTO EN LA OFERTA COMO
EN LA DEMANDA.
Por este
motivo, no sólo es necesario orientar comercialmente esos productos, SINO ESTABLECER REGLAS COMERCIALES INTERNACIONALES
QUE LOS SOSTENGAN, Y REFORZAR LA FINANCIACIÓN DEL DESARROLLO PARA HACER MÁS
PRODUCTIVAS ESAS ECONOMÍAS”