miércoles, 14 de junio de 2017

LA PRIMACÍA Y ESENCIA DEL BIEN COMÚN SE SUSTENTA EN LA JUSTICIA CON CARIDAD.

LA PRIMACÍA Y ESENCIA DEL BIEN COMÚN SE     SUSTENTA EN LA JUSTICIA  CON CARIDAD.

CÁRITAS
 Como ya se ha mencionado, LA JUSTICIA es el objeto y, por tanto, también LA MEDIDA INTRÍNSECA DE TODA POLÍTICA.

La política es más que una simple técnica para determinar los ordenamientos públicos:

Su origen y su meta están precisamente EN LA JUSTICIA, Y ÉSTA ES DE NATURALEZA ÉTICA.

Así, pues, EL ESTADO se encuentra inevitablemente de hecho ante la cuestión de CÓMO REALIZAR LA JUSTICIA AQUÍ Y AHORA.

Benedicto XVI resalta también LA PRIMACÍA DE LA JUSTICIA DESDE SU INTRÍNSECA UNIÓN CON LA CARIDAD, y la entiende como ESENCIA DEL BIEN COMÚN cuando afirma que “el compromiso por el bien común, cuando está inspirado por la caridad, TIENE UNA VALENCIA SUPERIOR AL COMPROMISO MERAMENTE SECULAR Y POLÍTICO.

Como todo compromiso en favor de la justicia, forma parte de ese testimonio de la caridad divina que, actuando en el tiempo, prepara lo eterno.

La acción del hombre sobre la tierra, cuando está inspirada y sustentada por la caridad, contribuye a la edificación de esa ciudad de Dios universal hacia la cual avanza la historia de la familia humana.

En una sociedad en vías de globalización, el bien común y el esfuerzo por él han de abarcar necesariamente a toda la familia humana, es decir, a la comunidad de los pueblos y naciones, DANDO ASÍ FORMA DE UNIDAD Y DE PAZ A LA CIUDAD DEL HOMBRE Y HACIÉNDOLA, EN CIERTA MEDIDA, UNA ANTICIPACIÓN QUE PREFIGURA LA CIUDAD DE DIOS SIN BARRERAS”.

La Iglesia no puede ni debe emprender por cuenta propia la empresa política de realizar la sociedad más justa posible.

No puede ni debe sustituir al Estado.
PERO TAMPOCO PUEDE NI DEBE QUEDARSE AL MARGEN EN LA LUCHA POR LA JUSTICIA.

Debe insertarse en ella a través de la argumentación racional y DEBE DESPERTAR LAS FUERZAS ESPIRITUALES, SIN LAS CUALES LA JUSTICIA, QUE SIEMPRE EXIGE TAMBIÉN RENUNCIAS, NO PUEDE AFIRMARSE NI PROSPERAR.

La sociedad justa no puede ser obra de la Iglesia, sino de la política. No obstante, le interesa sobremanera trabajar por la justicia ESFORZÁNDOSE POR ABRIR LA INTELIGENCIA Y LA VOLUNTAD A LAS EXIGENCIAS DEL BIEN.  

Ante todo hemos de resaltar la total autonomía e independencia de ambas entidades.
Efectivamente, la Iglesia y la comunidad política, si bien se expresan ambas con estructuras organizativas visibles, son de naturaleza diferente, tanto por su configuración como por las finalidades que persiguen.

El Concilio Vaticano II ha reafirmado solemnemente que “la comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su propio terreno” .

La Iglesia se organiza con formas adecuadas para satisfacer las exigencias espirituales de sus fieles, MIENTRAS QUE LAS DIVERSAS COMUNIDADES POLÍTICAS GENERAN RELACIONES E INSTITUCIONES AL SERVICIO DE TODO LO QUE PERTENECE AL BIEN COMÚN TEMPORAL.

La autonomía e independencia de las dos realidades se muestran claramente, sobre todo, en el orden de los fines.
Pero también considera la mutua colaboración necesaria. La recíproca autonomía de la Iglesia y la comunidad política no comporta una separación tal que excluya la colaboración: ambas, aunque a título diverso, están al servicio de la vocación personal y social de los mismos hombres.

“Este servicio lo prestarán con tanta mayor eficacia, para bien de todos, cuanto mejor cultiven ambas entre sí una sana cooperación, habida cuenta de las circunstancias de lugar y tiempo”.

“América necesita laicos cristianos que puedan asumir responsabilidades directivas en la sociedad.

ES URGENTE FORMAR HOMBRES Y MUJERES CAPACES DE ACTUAR, SEGÚN SU PROPIA VOCACIÓN, EN LA VIDA PÚBLICA, ORIENTÁNDOLA AL BIEN COMÚN.

En el ejercicio de la política, vista en su sentido más noble y auténtico como administración del bien común, ellos pueden encontrar también el camino de la propia santificación”.
Caritas in veritate nos recuerda igualmente la importancia de que la Iglesia pueda contribuir al desarrollo, afirmando que ESTO SERÁ POSIBLE “SOLAMENTE SI DIOS TIENE UN LUGAR EN LA ESFERA PÚBLICA, CON ESPECÍFICA REFERENCIA A LA DIMENSIÓN CULTURAL, SOCIAL, ECONÓMICA Y, EN PARTICULAR, POLÍTICA.

La doctrina social de la Iglesia ha nacido para reivindicar esa «carta de ciudadanía» de la religión cristiana.
LA NEGACIÓN DEL DERECHO A PROFESAR PÚBLICAMENTE LA PROPIA RELIGIÓN Y A TRABAJAR PARA QUE LAS VERDADES DE LA FE INSPIREN TAMBIÉN LA VIDA PÚBLICA TIENE CONSECUENCIAS NEGATIVAS SOBRE EL VERDADERO DESARROLLO.
La exclusión de la religión del ámbito público, así como el fundamentalismo religioso, por otro lado, IMPIDEN EL ENCUENTRO ENTRE LAS PERSONAS Y SU COLABORACIÓN PARA EL PROGRESO DE LA HUMANIDAD.

LA VIDA PÚBLICA SE EMPOBRECE DE MOTIVACIONES Y LA POLÍTICA ADQUIERE UN ASPECTO OPRESOR Y AGRESIVO.

Se corre el riesgo de que no se respeten los derechos humanos, ya sea porque se les priva de su fundamento trascendente, o porque no se reconoce la libertad personal.

En el laicismo y en el fundamentalismo se pierde la posibilidad de un diálogo fecundo y de una provechosa colaboración ENTRE LA RAZÓN Y LA FE RELIGIOSA.

La razón necesita siempre ser purificada por la fe, y esto vale también para la razón política, QUE NO DEBE CREERSE OMNIPOTENTE.
A su vez, la religión tiene siempre necesidad de ser purificada por la razón PARA MOSTRAR SU AUTÉNTICO ROSTRO HUMANO.

La ruptura de este diálogo COMPORTA UN COSTE MUY GRAVOSO PARA EL DESARROLLO DE LA HUMANIDAD”.
Uno de los puntos más relevantes y necesarios para el funcionamiento de nuestra Red de Cáritas en el Perú, así como la viabilidad de sus proyectos de ayuda al desarrollo a través del financiamiento internacional, es precisamente EL TEMA DE LA COOPERACIÓN INTERNACIONAL PARA EL DESARROLLO.

De aquí que le dediquemos este capítulo. “La solución al problema del desarrollo requiere la cooperación entre las comunidades políticas particulares:
Las Naciones, al hallarse necesitadas las unas de ayudas complementarias y las otras de ulteriores perfeccionamientos, SÓLO PODRÁN ATENDER A SU PROPIA UTILIDAD MIRANDO SIMULTÁNEAMENTE AL PROVECHO DE LOS DEMÁS.

Por lo cual es de todo punto preciso que los Estados se entiendan bien y se presten ayuda mutua.
El subdesarrollo dejaría de parecer una situación imposible de eliminar, casi una condena fatal, SI SE CONSIDERARA QUE ÉSTE NO ES SÓLO FRUTO DE DECISIONES HUMANAS EQUIVOCADAS, SINO TAMBIÉN RESULTADO DE MECANISMOS ECONÓMICOS, FI NANCIEROS Y SOCIALES Y DE ESTRUCTURAS DE IMPERFECCIÓN QUE, EN REALIDAD, LO ESTÁN PROVOCANDO.

Estas dificultades, sin embargo, deben ser afrontadas con determinación  firme y perseverante, PORQUE EL DESARROLLO NO ES SÓLO UNA ASPIRACIÓN, SINO UN DERECHO QUE, COMO TODO DERECHO, IMPLICA UNA OBLIGACIÓN:

La cooperación al desarrollo de todo el hombre y de cada hombre ES UN DEBER DE TODOS PARA CON TODOS Y, AL MISMO TIEMPO, DEBE SER COMÚN A LAS CUATRO PARTES DEL MUNDO: ESTE Y OESTE, NORTE Y SUR.

En la visión del Magisterio, el derecho al desarrollo se funda en los siguientes principios:

ü Unidad de origen y destino común de la familia humana;
ü Igualdad entre todas las personas y entre todas las comunidades, basada en la dignidad humana;
ü Destino universal de los bienes de la tierra;
ü Integridad de la noción de desarrollo;
ü Centralidad de la persona humana y
ü Solidaridad”.

La doctrina social induce a formas de cooperación capaces de incentivar el acceso al mercado internacional DE LOS PAÍSES MARCADOS POR LA POBREZA Y EL SUBDESARROLLO.
Pero al mismo tiempo el espíritu de cooperación internacional requiere que, POR ENCIMA DE LA ESTRECHA LÓGICA DEL MERCADO, SE DESARROLLE LA CONCIENCIA DEL DEBER DE SOLIDARIDAD, DE JUSTICIA SOCIAL Y DE CARIDAD UNIVERSAL, porque existe «ALGO QUE ES DEBIDO AL HOMBRE PORQUE ES HOMBRE, EN VIRTUD DE SU EMINENTE DIGNIDAD».

Uno de los campos esenciales en el ámbito de la cooperación y en el que Cáritas tiene un rol fundamental es la lucha contra la pobreza.
“Al comienzo del nuevo milenio, la pobreza de miles de millones de hombres y mujeres es la cuestión que, MÁS QUE CUALQUIER OTRA, INTERPELA NUESTRA CONCIENCIA HUMANA Y CRISTIANA. LA POBREZA MANIFI ESTA UN DRAMÁTICO PROBLEMA DE JUSTICIA: LA POBREZA, EN SUS DIVERSAS FORMAS Y CONSECUENCIAS, SE CARACTERIZA POR UN CRECIMIENTO DESIGUAL Y NO RECONOCE A CADA PUEBLO EL IGUAL DERECHO A SENTARSE A LA MESA DEL BANQUETE COMÚN.

 Esta pobreza hace imposible la realización de aquel humanismo pleno que la Iglesia auspicia y propone, a fin de que LAS PERSONAS Y LOS PUEBLOS PUEDAN SER MÁS Y VIVIR EN CONDICIONES MÁS HUMANAS.

La lucha contra la pobreza encuentra una fuerte motivación en la opción o amor preferencial de la Iglesia por los pobres.

En toda su enseñanza social, la Iglesia no se cansa de confirmar también otros principios fundamentales: primero entre todos, EL DESTINO UNIVERSAL DE LOS BIENES.
Con la constante reafirmación del principio de la solidaridad, la doctrina social insta A PASAR A LA ACCIÓN PARA PROMOVER EL BIEN DE TODOS Y CADA UNO, PARA QUE TODOS SEAMOS VERDADERAMENTE RESPONSABLES DE TODOS.

El principio de solidaridad, también en la lucha contra la pobreza, debe ir siempre acompañado oportunamente por el de SUBSIDIARIDAD, gracias al cual es posible estimular el espíritu de iniciativa, base fundamental de todo desarrollo socioeconómico, en los mismos países pobres: a los pobres se les debe mirar no como un problema, SINO COMO LOS QUE PUEDEN LLEGAR A SER SUJETOS Y PROTAGONISTAS DE UN FUTURO NUEVO Y MÁS HUMANO PARA TODO EL MUNDO.

La red nacional de Cáritas, gestora de programas de desarrollo sostenible y canalizadora de tantos recursos de cooperación internacional, debe tener muy presente que los programas de desarrollo, para poder adaptarse a las situaciones concretas, han de ser flexibles; y que las personas que se benefi cien DEBEN IMPLICARSE DIRECTAMENTE EN SU PLANIFICACIÓN Y CONVERTIRSE EN PROTAGONISTAS DE SU REALIZACIÓN.

“Constructores de su propio desarrollo, los pueblos son los primeros responsables de él. PERO NO LO REALIZARÁN EN EL AISLAMIENTO”.

A nosotros nos corresponde, como nos recuerda Benedicto XVI, APLICAR LOS CRITERIOS DE PROGRESIÓN Y ACOMPAÑAMIENTO, INCLUYENDO EL SEGUIMIENTO DE LOS RESULTADOS.

“La cooperación internacional necesita personas que participen en el proceso del desarrollo económico y humano, mediante la solidaridad de la presencia, el acompañamiento, la formación y el respeto.
Desde este punto de vista, los propios organismos internacionales deberían preguntarse sobre la eficacia real de sus aparatos burocráticos y administrativos, frecuentemente demasiado costosos.
A veces, el destinatario de las ayudas resulta útil para quien lo ayuda Y, ASÍ, LOS POBRES SIRVEN PARA MANTENER COSTOSOS ORGANISMOS BUROCRÁTICOS, QUE DESTINAN A LA PROPIA CONSERVACIÓN UN PORCENTAJE DEMASIADO ELEVADO DE ESOS RECURSOS QUE DEBERÍAN SER DESTINADOS AL DESARROLLO.
A este respecto, cabría desear que los organismos internacionales y las organizaciones no gubernamentales se esforzaran por una transparencia total, informando a los donantes y a la opinión pública sobre la proporción de los fondos recibidos que se destina a programas de cooperación, sobre el verdadero contenido de dichos programas y, en fin, sobre la distribución de los gastos de la institución misma”.
Por todo ello, “el principio de subsidiaridad debe mantenerse íntimamente unido al principio de la solidaridad y viceversa, PORQUE ASÍ COMO LA SUBSIDIARIDAD SIN LA SOLIDARIDAD DESEMBOCA EN EL PARTICULARISMO SOCIAL, TAMBIÉN ES CIERTO QUE LA SOLIDARIDAD SIN LA SUBSIDIARIDAD ACABARÍA EN EL ASISTENCIALISMO QUE HUMILLA AL NECESITADO.

Esta regla de carácter general se ha de tener muy en cuenta incluso cuando se afrontan los temas sobre las ayudas internacionales al desarrollo.
Éstas, por encima de las intenciones de los donantes, pueden mantener a veces a un pueblo en un estado de dependencia, e INCLUSO FAVORECER SITUACIONES DE DOMINIO LOCAL Y DE EXPLOTACIÓN EN EL PAÍS QUE LAS RECIBE.

Las ayudas económicas, para que lo sean de verdad, no deben perseguir otros fines. Han de ser concedidas IMPLICANDO NO SÓLO A LOS GOBIERNOS DE LOS PAÍSES INTERESADOS, SINO TAMBIÉN A LOS AGENTES ECONÓMICOS LOCALES Y A LOS AGENTES CULTURALES DE LA SOCIEDAD CIVIL, INCLUIDAS LAS IGLESIAS LOCALES.

Los programas de ayuda han de adaptarse cada vez más a la forma de los programas integrados y compartidos desde la base.
En efecto, sigue siendo verdad que el recurso humano es lo más valioso de los países en vías de desarrollo: ÉSTE ES EL AUTÉNTICO CAPITAL QUE SE HA DE POTENCIAR PARA ASEGURAR A LOS PAÍSES MÁS POBRES UN FUTURO VERDADERAMENTE AUTÓNOMO.

Conviene recordar también que, en el campo económico, la ayuda principal que necesitan los países en vías de desarrollo ES PERMITIR Y FAVORECER CADA VEZ MÁS EL INGRESO DE SUS PRODUCTOS EN LOS MERCADOS INTERNACIONALES, POSIBILITANDO ASÍ SU PLENA PARTICIPACIÓN EN LA VIDA ECONÓMICA INTERNACIONAL.

En el pasado, las ayudas han servido con demasiada frecuencia sólo para crear mercados marginales de los productos de esos países.
Esto se debe muchas veces a una falta de verdadera demanda de estos productos: por tanto, ES NECESARIO AYUDAR A ESOS PAÍSES A MEJORAR SUS PRODUCTOS Y A ADAPTARLOS MEJOR A LA DEMANDA.
Además, algunos han temido con frecuencia la competencia de las importaciones de productos, normalmente agrícolas, provenientes de los países económicamente pobres.
Sin embargo, se ha de recordar que la posibilidad de comercializar dichos productos SIGNIFICA A MENUDO GARANTIZAR SU SUPERVIVENCIA A CORTO O LARGO PLAZO.

Un comercio internacional justo y equilibrado en el campo agrícola puede reportar BENEFICIOS A TODOS, TANTO EN LA OFERTA COMO EN LA DEMANDA.


Por este motivo, no sólo es necesario orientar comercialmente esos productos, SINO ESTABLECER REGLAS COMERCIALES INTERNACIONALES QUE LOS SOSTENGAN, Y REFORZAR LA FINANCIACIÓN DEL DESARROLLO PARA HACER MÁS PRODUCTIVAS ESAS ECONOMÍAS”