¿SABES QUE EL ESPÍRITU SANTO NOS PUEDE CAMBIAR PARA VIVIR EL EVANGELIO DE UNA FORMA QUE NO SOMOS CAPACES NI DE IMAGINAR?
Homilía del Domingo de Pentecostés (Hechos 2, 1-11 / Juan 20, 19-23)
P. Carlos Cardó, SJ
"Ese
mismo día, el primero después del sábado, los discípulos estaban reunidos por
la tarde, con las puertas cerradas por miedo a los judíos.
Llegó Jesús,
se puso de pie en medio de ellos y les dijo: «¡LA PAZ ESTÉ CON USTEDES!»
Dicho esto,
les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron mucho al ver al
Señor.
Jesús les
volvió a decir: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envío a mí, así los
envío yo también.»
Dicho esto,
sopló sobre ellos y les dijo: «RECIBAN
EL ESPÍRITU SANTO: A QUIENES DESCARGUEN DE SUS PECADOS, SERÁN LIBERADOS, Y A
QUIENES SE LOS RETENGAN, LES SERÁN RETENIDOS.»"
Cincuenta días
después de la Pascua, la Iglesia celebra la fiesta de Pentecostés, la venida
del Espíritu Santo, LA “INAUGURACIÓN” DE
LA IGLESIA.
El texto de los
Hechos de los Apóstoles (2, 1-11)
nos explica lo que ocurrió en la comunidad de los discípulos del Señor después
de su Resurrección.
Con elementos
simbólicos de resonancia cósmica, se describe la irrupción del Espíritu Santo
en la Iglesia, EL COMIENZO DE LA
PREDICACIÓN DEL EVANGELIO Y EL COMIENZO DE LA ETAPA DEFINITIVA EN LA HISTORIA
DE LA SALVACIÓN.
El Espíritu
impulsa a la Iglesia más allá de la estrecha Judea y de toda frontera
geográfica o cultural, hasta abarcar el mundo.
ESPÍRITU DE UNIDAD Y DE AMOR, hace a los
apóstoles eficaces mensajeros del evangelio de modo que todos lo entienden en
su propia lengua.
Por su parte, el
evangelio de Juan (20, 19-23)
nos hacer ver el cambio que se produjo en la comunidad de los discípulos por el
encuentro con Jesús resucitado.
Después que
murió en la cruz, el grupo de sus seguidores se disolvió, muchos huyeron y los
pocos que quedaron, los Once, volvieron a reunirse pero a puertas cerradas por
miedo a los judíos.
El Resucitado SE LES HACE PRESENTE Y ALEJA DE ELLOS EL
MIEDO Y LA DECEPCIÓN, DEVOLVIÉNDOLES LA ALEGRÍA Y LA CONFIANZA.
LA PAZ, LA ALEGRÍA Y EL PERDÓN son las notas
características del encuentro con el Resucitado.
Al evocar la
experiencia de los primeros cristianos, que se hacían entender por todos porque
hablaban más sus obras y el ejemplo de sus vidas que las palabras, SE NOS INVITA A SEGUIR HACIENDO CREÍBLE EL
EVANGELIO CON LO QUE SOMOS Y CON LO QUE HACEMOS, CON NUESTRA UNIÓN Y
SOLIDARIDAD, DE MODO QUE TODOS PUEDAN ENTENDERNOS.
NECESITAMOS UN NUEVO
PENTECOSTÉS, UNA NUEVA EXPERIENCIA DE REENCUENTRO CON JESÚS, QUE NOS
DEVUELVA EL ENTUSIASMO PROPIO DE LA FE Y DEL COMPROMISO CRISTIANO.
Cristo sigue
viviente en su Iglesia de manera personal y efectiva por medio del Espíritu que
envía sobre los apóstoles Y QUE
RECIBIMOS EN EL BAUTISMO.
Cristo no nos ha
dejado solos, vuelve a nosotros, y por su Espíritu ESTABLECE UNA COMUNIÓN DE AMOR ENTRE EL PADRE Y TODOS NOSOTROS Y ÉL
MISMO.
La comunidad de
los apóstoles y de los primeros cristianos quedó transformada por la venida del
Espíritu Santo.
También nosotros
podemos creer en nuestra propia transformación.
EL ESPÍRITU DEL SEÑOR NOS HACE
CAPACES DE LA CONSTANTE RENOVACIÓN, CAMBIA NUESTRA MANERA DE PENSAR, NOS DA
DISPONIBILIDAD PARA LO QUE EL SEÑOR NOS QUIERA PEDIR, NOS DISPONE A
ENCONTRARNOS Y COMPRENDERNOS POR ENCIMA DE LAS DIFERENCIAS.
El Espíritu
Santo no es un concepto, ni una fórmula, SINO
EL MISMO SER DIVINO QUE HA DADO LA EXISTENCIA A TODO CUANTO EXISTE Y CONDUCE LA
HISTORIA HUMANA A SU PLENITUD.
Nosotros lo
reconocemos en la fuerza interior que dinamiza al mundo, que no cesa de
impulsar para que todo crezca y se multiplique la vida, que alienta todo el
despliegue histórico en la justicia y la paz.
La Biblia nos
habla de Él como la Fuerza Divina que hizo a tantos hombres y mujeres capaces
de llevar vidas extraordinarias y hacer obras asombrosas por el bien de su
pueblo. También hoy puede hacerlo; SU
ACCIÓN EN NOSOTROS NOS PUEDE CAMBIAR PARA VIVIR EL EVANGELIO DE UNA FORMA QUE
NO SOMOS CAPACES NI DE IMAGINAR.
Pero debemos
pedir que descienda sobre nosotros (Is 11, 2) y estar dispuestos a recibir de él aquellos dones que
concedió a tantos de sus elegidos: DON
DE SABIDURÍA E INTELIGENCIA, DE CONSEJO Y FORTALEZA, DE CONOCIMIENTO Y AMOR DE
DIOS. ÉL NOS HARÁ CAPACES DE DISTINGUIR LOS CAMINOS DEL SEÑOR EN NUESTRAS VIDAS
(Ef 1,17; Col 1, 9) Y SABER DISCERNIR SUS BUENAS INSPIRACIONES
Y LAS QUE SE LE OPONEN, A FIN DE PODER ACERTAR EN NUESTRAS DECISIONES Y
PROYECTOS.
Debemos dejar
que surja de nuestro interior aquel gemido inefable con que el mismo Espíritu,
como dice San Pablo, ora e intercede por nosotros desde el fondo de nuestro ser
(Rom 8, 23-24) para que
sintamos realmente a Dios como Abbá,
Padre, libres de temor y de cualquier oscuro interés.
ES ESPÍRITU DE HIJOS, NO DE
ESCLAVOS, QUE NOS HACE OBRAR POR AMOR, NO POR TEMOR NI POR LA OBLIGACIÓN
DE LA LEY Y QUE, RESPETANDO NUESTRA LIBERTAD, NO DEJA DE IMPULSARNOS A
CUMPLIR CON MÍSTICA Y PASIÓN NUESTRO COMPROMISO POR LA JUSTICIA, CUYO FRUTO
ES LA PAZ SOCIAL.
El Espíritu todo
lo penetra (Jl 3,1-5), todo lo
inspira y todo lo enseña.
Él nos hace
capaces de mantener aquello que podemos pensar que está por encima de nuestras
fuerzas y de nuestra capacidad de resistencia: UNA CONDUCTA INTACHABLE REGIDA POR VALORES CONSISTENTES, Y SOSTENIDA
POR EL DESEO DE EN TODO AMAR Y SERVIR, COMO EL SENTIDO DE NUESTRA VIDA.
Él, Espíritu de
Jesús, puede hacer en nosotros el milagro de transformación que operó en los
apóstoles, discípulos y discípulas de Jesús e hizo de ellos las columnas de la
Iglesia que dieron con la ofrenda de sus vidas el supremo testimonio de su amor
(1 Cor 2,12; Jn 16,12) a Cristo
y a sus hermanos.
“Ven, Espíritu Santo,
llena los corazones de tus fieles
Y ENCIENDE EN ELLOS EL FUEGO DE TU AMOR”.