sábado, 4 de junio de 2016

¿ESTAMOS AYUDANDO EN EL DESARROLLO DE LA SEMILLA QUE CRECE DE DÍA Y DE NOCHE, PERMITIENDO QUE LA FUERZA DE DIOS TRIUNFE SOBRE NUESTRA DEBILIDAD?


¿ESTAMOS AYUDANDO EN EL DESARROLLO DE LA SEMILLA QUE CRECE DE DÍA Y DE NOCHE, PERMITIENDO QUE LA FUERZA DE DIOS  TRIUNFE SOBRE NUESTRA DEBILIDAD?


Era domingo, día en que la Iglesia se congrega para celebrar la Eucaristía, EL MEMORIAL DE AQUÉL SIN EL CUAL NO EXISTIRÍA.

La Iglesia vive de la presencia del Resucitado en el mundo.
Por eso la Iglesia hace el memorial de su Señor y el memorial hace a la Iglesia en su ser más íntimo.

EN ELLA, CRISTO SE NOS HACE PRESENTE, SALE A NUESTRO ENCUENTRO.

Todo nos viene en y por la Iglesia: hasta el nombrar a Jesús y reconocerlo como Salvador nuestro.

Se diría que este es el principal mensaje que el evangelio de hoy nos propone.

Juan nos relata que  se trata de una iglesia atemorizada: los discípulos están “con las puertas atrancadas por miedo a los judíos”, a lo que les pueda pasar.

En circunstancias así, la unión se vuelve casi gregaria, instintiva.
Se busca la protección en la proximidad de unos con otros y surge también el rechazo al extraño, a lo que es percibido como ajeno a la conciencia colectiva.

Esta clase de temor sigue actuando hoy sobre nosotros en la sociedad y en la Iglesia misma.
Sin embargo, a pesar de los obstáculos que levantamos los hombres, a pesar de nuestra oscuridad y de nuestros miedos, el Resucitado se nos hace presente en la Iglesia. ATRAVIESA LOS MUROS DENTRO DE LOS CUALES NOS ENCERRAMOS.
Y crea la unión verdadera, unión dinámica y de apertura, unión en el amor que reconcilia y alienta.

Se puede decir que en el Evangelio hay una invitación a reconocer a Jesús viviente en la Iglesia, superando todo lo que ella carga consigo de oscuridad o de inconsecuencia, de algo que no llegamos a captar ni, por tanto, a perdonar, pero que, VISTO CON SIMPATÍA Y DESDE EL INTERIOR, NOS MANIFIESTA LA PRESENCIA Y ACCIÓN DE QUIEN, A PESAR DE TODO, NO LA ABANDONA NUNCA.

Reconocer la presencia del Señor en su Iglesia nos da la confianza que necesitamos PARA VIVIR INTENSAMENTE NUESTRA VIDA TAL COMO ES: EN Y PARA LA IGLESIA.

Y agradecer que Dios nos permita vivir con su Hijo una vida oculta y no exenta de contradicciones, dificultades y oscuridades, pero que EN ESO MISMO MANIFIESTA EL DESARROLLO DE LA SEMILLA QUE CRECE DE DÍA Y DE NOCHE SIN QUE NOS DEMOS CUENTA, PERMITIENDO QUE LA FUERZA DE DIOS TRIUNFE SOBRE  NUESTRA DEBILIDAD.

Jesús está. Jesús viene a los suyos. Y eso basta.
El relato de Juan –como, por lo demás, todos los relatos de las apariciones del Resucitado– SON TESTIMONIOS DE FE QUE FUERON ESCRITOS PARA QUE TAMBIÉN NOSOTROS PODAMOS DISTINGUIR LOS SIGNOS DE LA PRESENCIA DE CRISTO EN NUESTRA VIDA.

Debemos, pues reconocerlo en la acogida que los discípulos se dan, en los esfuerzos por acoger al extranjero, en la reunión que permite incorporar a todo el que estaba al margen del interés colectivo de la comunidad, de manera semejante a la experiencia de los dos discípulos que se dirigían a Emaús.

Cuando se dan estos signos del amor, QUE ACOGE Y REÚNE, BROTA LA PAZ, SIGNO POR EXCELENCIA DE LA PRESENCIA DEL RESUCITADO (Jn. 20, 19.21), la paz que echa fuera el temor al restablecer el dominio de la razón y la seguridad fundada en la confianza.

Entonces, Jesús les mostró las manos y el costado: haciéndoles referencia a su historia, a lo que ha hecho por nosotros, para que entendamos que Él, el Jesús Resucitado, ES EL MISMO JESÚS DE NAZARET, DE JUDEA Y DEL CALVARIO, NO OTRO.

Siempre se manifiesta por lo que hace por nosotros. Y los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor (v. 20).

Reconocer al Señor en nuestra vida es el motivo fundamental de nuestra alegría, de la alegría que el Señor prometió a los suyos: “VOLVERÉ A VERLOS Y DE NUEVO SE ALEGRARÁN CON UNA ALEGRÍA QUE YA NADIE LES PODRÁ ARREBATAR” (JN 16,22), PORQUE ES LA “ALEGRÍA PERFECTA” Jn 15,11).

La Iglesia, y nosotros con ella, vivimos de esa alegría, necesitamos de esa alegría.
Esa afirmación refleja nuestra verdad: el Señor está con nosotros y no nos abandonará nunca.
Y les dio su Espíritu. Jesús sopló sobre ellos, en gesto simbólico que evoca el gesto creador de Dios sobre Adán.

LES DIO EL ESPÍRITU SANTO PROMETIDO, QUE LES RECORDARÁ TODO LO QUE ÉL LES HABÍA ENSEÑADO Y LOS CONDUCIRÁ HACIA LA VERDAD COMPLETA.

Es el Espíritu que consuela, fortalece y renueva.
MEDIANTE ÉL, JESÚS HACE DE NOSOTROS CRIATURAS NUEVAS, Y CON ESTA NOVEDAD NOS HACE CAPACES DE TRANSMITIR A LOS DEMÁS EL MENSAJE DE QUE EL PECADO, ES DECIR, LA CARGA OPRESORA DEL HOMBRE, PUEDE PERDER SU FUERZA MORTÍFERA, SI SE ACEPTA ESTAR CON CRISTO Y SE ACEPTA SU PERDÓN, QUE NOS RECONCILIA Y CAMBIA.

La segunda aparición, con Tomás presente, hace ver un signo distinto, cuya finalidad se descubre al final.

El reconocimiento del Resucitado fue gradual.
A los discípulos no les fue fácil acceder a la fe en la resurrección del Señor: a pesar de los signos y del mensaje que llegó a sus oídos hubo entre ellos titubeos, dudas e incredulidades, como nos lo hacen ver repetidas veces los evangelios como lo es  en el caso de María Magdalena –que tanto había amado a Jesús–, y de Pedro –el primero de los apóstoles– y también el resto de los once.

Sólo el discípulo Juan a quien Jesús amaba reconoce de inmediato el triunfo de su Señor en la resurrección.
Tomás aparece como el que más resistencia opone a creer en el testimonio de los discípulos.
Por eso se ha alejado de la comunidad en la que el Resucitado se hace presente y da su Espíritu.
Sin embargo, siente que necesita vivir aquella experiencia para poder él también dar el testimonio: ¡He visto al Señor! Pero pone condiciones: no sólo quiere ver sino tocar, incluso, las llagas de su Señor.
Ocho días después, Jesús vuelve y le concede ese don, HACIÉNDOLE VER LOS SIGNOS DE SU MUERTE Y DE SU AMOR, SIGNOS QUE LO MUESTRAN COMO EL VENCEDOR DE LA MUERTE, QUE ABRE PARA NOSOTROS LA POSIBILIDAD DE LA ETERNA COMUNIÓN CON EL PADRE.

Y Tomas responde con una de las más perfectas profesiones de fe que aparecen en el evangelio: “¡SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO!”.

Jesús entonces ALABA LA FE DE QUIENES SIN HABER VISTO, HAN CREÍDO.
Es decir, alaba nuestra fe. Porque, en efecto, nosotros creemos confiando en la palabra que los testigos nos transmitieron en los Evangelios, mediante la cual tenemos acceso a la fe en Jesús como el Cristo, Hijo de Dios, Y ASUMIMOS UNA VIDA NUEVA, DESTINADA A SER VIDA ETERNA.

Así, pues, para los discípulos de todos los tiempos, para nosotros, para quienes buscan a Cristo, AHÍ ESTÁN LOS SIGNOS QUE PERMITEN RECONOCER SU PRESENCIA.

CRISTO ESTÁ:
EN LA ACOGIDA QUE BRINDAMOS AL PRÓJIMO,
EN LA MEDITACIÓN DE LA ESCRITURA QUE NOS TRANSMITE SU PALABRA,
EN LA MESA DEL PAN ÚNICO Y COMPARTIDO,
EN LA EXPERIENCIA DEL PERDÓN Y
EN NUESTRO PROPIO ENVÍO A ANUNCIAR –DE PALABRA Y DE OBRA– QUE CRISTO, VENCEDOR DE LA MUERTE, NOS MUESTRA EL CAMINO SEGURO PARA ALCANZAR LA META DE TODO LO QUE ANHELAMOS:
LA FELICIDAD QUE UN DÍA SE NOS MANIFESTARÁ Y DARÁ A LOS QUE ESPERAMOS EN CRISTO, UNA VEZ QUE HAYAMOS RECIBIDO LA REALIDAD DE LO QUE AHORA POSEEMOS EN ESPERANZA

No hay comentarios:

Publicar un comentario