EL HOMBRE ESTÁ VIVO MIENTRAS ESPERA, MIENTRAS EN SU CORAZÓN
ESTÁ VIVA LA ESPERANZA.
BENEDICTO XVI
ÁNGELUS Plaza de San Pedro
I Domingo
de Adviento, 28 de noviembre de 2010
Hoy, primer
domingo de Adviento, la Iglesia inicia un nuevo Año litúrgico, un nuevo camino
de fe que, por una parte, conmemora el acontecimiento de Jesucristo, y por
otra, se abre a su cumplimiento final.
Precisamente
de esta doble perspectiva vive el tiempo de Adviento, mirando tanto a la
primera venida del Hijo de Dios, cuando nació de la Virgen María, como a su
vuelta gloriosa, cuando vendrá a «juzgar a vivos y muertos», como decimos en el
Credo.
Sobre este
sugestivo tema de la «espera» quiero detenerme ahora brevemente, porque se
trata de un aspecto profundamente humano, en el que LA FE SE CONVIERTE, POR DECIRLO ASÍ, EN UN TODO CON NUESTRA CARNE Y
NUESTRO CORAZÓN.
La espera,
el esperar, es una dimensión que atraviesa toda nuestra existencia personal,
familiar y social.
La espera
está presente en mil situaciones, desde las más pequeñas y banales hasta las
más importantes, que nos implican totalmente y en lo profundo.
Pensemos,
entre estas, en la espera de un hijo por parte de dos esposos; en la de un
pariente o de un amigo que viene a visitarnos de lejos; pensemos, para un
joven, en la espera del resultado de un examen decisivo, o de una entrevista de
trabajo; en las relaciones afectivas, en la espera del encuentro con la persona
amada, de la respuesta a una carta, o de la aceptación de un perdón... SE PODRÍA DECIR QUE EL HOMBRE ESTÁ VIVO
MIENTRAS ESPERA, MIENTRAS EN SU CORAZÓN ESTÁ VIVA LA ESPERANZA.
Y al hombre
se lo reconoce por sus esperas: NUESTRA
«ESTATURA» MORAL Y ESPIRITUAL SE PUEDE MEDIR POR LO QUE ESPERAMOS, POR AQUELLO
EN LO QUE ESPERAMOS.
Cada uno de
nosotros, por tanto, especialmente en este tiempo que nos prepara a la Navidad,
puede preguntarse: ¿YO QUÉ ESPERO? EN
ESTE MOMENTO DE MI VIDA, ¿A QUÉ TIENDE MI CORAZÓN?
Y esta
misma pregunta se puede formular a nivel de familia, de comunidad, de nación. ¿QUÉ ES LO QUE ESPERAMOS JUNTOS? ¿QUÉ UNE
NUESTRAS ASPIRACIONES?, ¿QUÉ TIENEN EN COMÚN?
En el
tiempo anterior al nacimiento de Jesús, ERA
MUY FUERTE EN ISRAEL LA ESPERA DEL MESÍAS, ES DECIR, DE UN CONSAGRADO,
DESCENDIENTE DEL REY DAVID, QUE FINALMENTE LIBERARÍA AL PUEBLO DE TODA
ESCLAVITUD MORAL Y POLÍTICA E INSTAURARÍA EL REINO DE DIOS.
Pero nadie
habría imaginado nunca que el Mesías pudiese nacer de una joven humilde como era
María, prometida del justo José. Ni siquiera ella lo habría pensado nunca, pero
EN SU CORAZÓN LA ESPERA DEL SALVADOR ERA
TAN GRANDE, SU FE Y SU ESPERANZA ERAN TAN ARDIENTES, QUE ÉL PUDO ENCONTRAR EN
ELLA UNA MADRE DIGNA.
Por lo
demás, Dios mismo la había preparado, antes de los siglos. Hay una misteriosa
correspondencia entre la espera de Dios y la de María, la criatura «llena de
gracia», totalmente transparente al designio de amor del Altísimo.
Aprendamos
de ella, Mujer del Adviento, a vivir los gestos cotidianos con un espíritu
nuevo, con el sentimiento de una espera profunda, que sólo la venida de Dios
puede colmar.
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